andyus
07/11/2007, 17:45
Nueva historia! espero que guste tanto como la anterior...
Unidos contra el último gigante
Capítulo I: La advertencia de un muerto
Gnash en realidad no sabía qué estaba haciendo.
Ya habían pasado tres días desde que había recibido la invitación, y lo primero que pensó fué que nadie en su sano juicio la aceptaría, especialmente viniendo de... de esa abominación...
Y sin embargo, ahí estaba, frente a la mismísima isla del diablo, a punto de acudir a la cita. Realmente le interesaba saber qué podía necesitar él, siendo una criatura de poder tan inmenso. Y obviamente, que daría a cambio...
Respiró hondo, se lanzó al agua y nadó hábilmente hasta la cueva.
Un esqueleto con una gran armadura esperaba a la entrada. Gnash preparó sus garras, pero el pirata sólo preguntó:
- ¿Gnash, orco Tyrant?
- S...Sí - Respondió Gnash, intentando parecer serio, aunque realmente impresionado de que un esqueleto hablara.
- Por aquí. – Dijo éste, y abrió la puerta.
Aunque Gnash ya se había adentrado algunas veces a la isla del diablo, no conocía los numerosos pasadizos que los muertos vivientes usaban para moverse por ella. El pirata avanzaba con paso imponente, y las bestias que cruzaban su camino parecían verlo con una mezcla de miedo y respeto. En pocos minutos estuvieron frente a una puerta de madera, con numerosos labrados de plata. El pirata se hizo a un lado, así que Gnash abrió la puerta.
Se encontró en una gigantesca y bien iluminada habitación, que anteriormente habría sido un espacioso camarote. Aunque ahora todo estaba mohoso y corroído, la sala no había perdido su esplendor. El oro brillaba en casi cada costado de ésta, y un buen fuego ardía en la lujosa chimenea.
Alrededor de la chimenea, cuatro figuras se encontraban en la sala. Un humano jugueteaba en una de las sillas, jugando con una pequeña llama que sostenía en sus manos. Un enano de barba blanca examinaba los labrados de las paredes. Una elfa de largo cabello blanco y brillante miraba por la ventana a la oscuridad del mar, y un elfo oscuro de cabello negro y mirada penetrante permanecía con la mirada fija al fuego.
Gnash se dio cuenta rápidamente que, como él, todos ellos eran guerreros de alto rango. Las ropas y armas que llevaban debían ser al menos del tipo b.
Gnash se presentó ante sus compañeros. El humano, Prans, le estrechó la mano, al igual que la elfa Gilia. El enano se presentó como Forlom y siguió examinando el labrado, y el elfo oscuro no dijo una palabra.
- ¿Aún no ha aparecido, no? – preguntó Gnash.
- Ni rastro de él. – dijo Prans. – según nos dijeron vendría cuando todos los invitados llegaran.
Prans no había teminado de hablar cuando la puerta se abrió. Una comitiva de muertos vivientes entró en la sala, y detrás de ellos, iba él. No iba vestido con sus ropas habituales, sino con otras de tono negro, y mucho más finas. Pero llevaba su sombrero de capitán de barco, y sus seis espadas rondaban su espalda. Zaken, el poderoso y temible capitán, se veía francamente... triste.
- Bienvenidos, guerreros de Aden y de Elmore. Los convoqué por un propósito simple: informarles sobre la destrucción de sus razas.
Todos, incluso el elfo oscuro, lo miraron.
- ¿Realmente dices eso en serio? ¿qué terrible catástrofe va a caer sobre nuestro pueblo que no podamos vencer? No creo que ni el mismísimo dragón de tierra, Antharas, pueda amenazar con la destrucción de nuestras razas.
Gnash asintió, junto con el enano y la elfa. Sin embargo Zaken sonrió.
- Típico orgullo de un humano. Créanme cuando les digo que esta amenaza es bien infundada. Volved a vuestras sillas, mis inquietos guerreros, y les contaré la historia del nuevo enemigo que los amenaza.
Así lo hicieron, y un esqueleto trajo pronto un gran sillón con aspecto de trono, que Zaken ocupó, antes de tomar su pipa y comenzar a hablar:
“Dudo que todos ustedes conozcan la historia de mi infortunado destino. Deben saber solamente que mi tripulación se amotinó en mi contra y me dio muerte en esta misma cueva, tras lo cuál regresé por la gracia y el gran poder de los gigantes. Mejor dicho, de el gigante.
Luego de que me dieran muerte mis propios subordinados, vagué por toda Aden como un espíritu, maldiciéndome a mí mismo por no haber podido prever la traición que había sufrido.
Los años me llevaron al lugar que ustedes conocen como la cueva del gigante. En mi vida, ni como humano ni como espíritu había vislumbrado su esplendor. Los monstruos que en ella habitaban no podían herirme, al estar yo muerto hace tiempo, por lo que me atreví a llegar a la cámara más profunda.
Y en la cámara se encontraba él. El último de todos los gigantes, pero aún conocedor de todos sus secretos, Utemus. Utemus! al principio se mostró hostil, pero al entender que no rerpresentaba daño alguno para él, ni él para mí, comenzamos a hablar. Y muy parecidos éramos, ambos últimos de nuestra gente, ambos traicionados por nuestra gente, ambos sedientos de venganza...
Me ofreció usar su poder para conseguir un nuevo cuerpo, y a cambio yo liberaría el sello mágico que le impedía a Utemus salir de la cueva. Entonces ambos seríamos libres, y desencadenaríamos nuestra venganza.
Pero algo falló en el plan de Utemus. No volví a ser parte de este mundo en un cuerpo inmortal, como el me prometió, sino que volví en un cuerpo de vampiro.
Era una maldición! Había vuelto, pero no podía vengarme de los humanos, ya que ahora los necesitaba para mantenerme vivo! Tal era mi furia que le dije a Utemus “así como tu has incumplido tu promesa, yo incumpliré la mía!” y me fuí de la cueva del gigante sin retirar el sello que lo ataba. Utemus me maldijo e intentó atacarme, pero sin poder liberarse sus poderes eran menores que los míos, por lo que pude escapar ileso. Luego regresé aquí, y nunca supe de Utemus hasta hace unos días, cuando mis espías regresaron.
Según me dijeron, un grupo de exploradores enviados por el señor de Aden irrumpieron en la cámara de Utemus y accidentalmente liberaron el sello. Ahora Utemus está libre, y se dirige – desenrrolló un gran mapa colocado en la pared – hacia aquí. – dijo, y su dedo apuntaba hacia la ciudad Runa.
Todos, incluído Gnash, habían escuchado aterrorizados el relato de Zaken. Todos sabían que el poderío de los gigantes había sido inmenso, y uno de ellos era en verdad una amenaza. Ni siquiera un ataque de Antharas y Valakas juntos habría desatado tanto temor en los guerreros.
Al fin, y por primera vez, el elfo oscuro habló:
- Dos preguntas: ¿Por qué Utemus se dirige hacia Ciudad Runa? Y ¿Por qué nos adviertes de su ataque? Creí que no te agradaban nuestras razas.
- Utemus se dirige hacia ciudad Runa porque allí vivían los magos que destruyeron el imperio de los gigantes...
- Así es, Gilia. – Continuó Zaken – Y estás en lo correcto, Belmoth, elfo oscuro. Aún odio a sus razas. Pero luego de destruírlos, Utemus vendrá por mí, ya que recuerda mi traición. Y la única manera de detenerlo es con el poder de todas las razas de Aden y Elmore. Tanto muertos como vivos deben unirse. Además, ya les dije, soy un vampiro, así que los necesito.
Ahora les doy una elección: pueden volver a sus pueblos y advertirles a cuantos quieran creer su historia, o pueden quedarse aquí y ayudarme a detener a Utemus. ¿Qué eligen?
No era muy difícil elegir. Todos sabían que sus señores no eran crédulos. Volver a sus pueblos representaba el riesgo de que no les creyeran, o como mucho enviaran algún grupo para ver si decían la verdad. Si era verdad que Utemus estaba ya en camino a ciudad Runa, sería sólo una gran pérdida de tiempo, y luego tal vez sería demasiado tarde…
- Nos quedamos aquí. – Dijeron todos.
- No por mucho tiempo. – Contestó Zaken. – Salimos para ciudad Runa en una hora.
Esta historia continuará…
Unidos contra el último gigante
Capítulo I: La advertencia de un muerto
Gnash en realidad no sabía qué estaba haciendo.
Ya habían pasado tres días desde que había recibido la invitación, y lo primero que pensó fué que nadie en su sano juicio la aceptaría, especialmente viniendo de... de esa abominación...
Y sin embargo, ahí estaba, frente a la mismísima isla del diablo, a punto de acudir a la cita. Realmente le interesaba saber qué podía necesitar él, siendo una criatura de poder tan inmenso. Y obviamente, que daría a cambio...
Respiró hondo, se lanzó al agua y nadó hábilmente hasta la cueva.
Un esqueleto con una gran armadura esperaba a la entrada. Gnash preparó sus garras, pero el pirata sólo preguntó:
- ¿Gnash, orco Tyrant?
- S...Sí - Respondió Gnash, intentando parecer serio, aunque realmente impresionado de que un esqueleto hablara.
- Por aquí. – Dijo éste, y abrió la puerta.
Aunque Gnash ya se había adentrado algunas veces a la isla del diablo, no conocía los numerosos pasadizos que los muertos vivientes usaban para moverse por ella. El pirata avanzaba con paso imponente, y las bestias que cruzaban su camino parecían verlo con una mezcla de miedo y respeto. En pocos minutos estuvieron frente a una puerta de madera, con numerosos labrados de plata. El pirata se hizo a un lado, así que Gnash abrió la puerta.
Se encontró en una gigantesca y bien iluminada habitación, que anteriormente habría sido un espacioso camarote. Aunque ahora todo estaba mohoso y corroído, la sala no había perdido su esplendor. El oro brillaba en casi cada costado de ésta, y un buen fuego ardía en la lujosa chimenea.
Alrededor de la chimenea, cuatro figuras se encontraban en la sala. Un humano jugueteaba en una de las sillas, jugando con una pequeña llama que sostenía en sus manos. Un enano de barba blanca examinaba los labrados de las paredes. Una elfa de largo cabello blanco y brillante miraba por la ventana a la oscuridad del mar, y un elfo oscuro de cabello negro y mirada penetrante permanecía con la mirada fija al fuego.
Gnash se dio cuenta rápidamente que, como él, todos ellos eran guerreros de alto rango. Las ropas y armas que llevaban debían ser al menos del tipo b.
Gnash se presentó ante sus compañeros. El humano, Prans, le estrechó la mano, al igual que la elfa Gilia. El enano se presentó como Forlom y siguió examinando el labrado, y el elfo oscuro no dijo una palabra.
- ¿Aún no ha aparecido, no? – preguntó Gnash.
- Ni rastro de él. – dijo Prans. – según nos dijeron vendría cuando todos los invitados llegaran.
Prans no había teminado de hablar cuando la puerta se abrió. Una comitiva de muertos vivientes entró en la sala, y detrás de ellos, iba él. No iba vestido con sus ropas habituales, sino con otras de tono negro, y mucho más finas. Pero llevaba su sombrero de capitán de barco, y sus seis espadas rondaban su espalda. Zaken, el poderoso y temible capitán, se veía francamente... triste.
- Bienvenidos, guerreros de Aden y de Elmore. Los convoqué por un propósito simple: informarles sobre la destrucción de sus razas.
Todos, incluso el elfo oscuro, lo miraron.
- ¿Realmente dices eso en serio? ¿qué terrible catástrofe va a caer sobre nuestro pueblo que no podamos vencer? No creo que ni el mismísimo dragón de tierra, Antharas, pueda amenazar con la destrucción de nuestras razas.
Gnash asintió, junto con el enano y la elfa. Sin embargo Zaken sonrió.
- Típico orgullo de un humano. Créanme cuando les digo que esta amenaza es bien infundada. Volved a vuestras sillas, mis inquietos guerreros, y les contaré la historia del nuevo enemigo que los amenaza.
Así lo hicieron, y un esqueleto trajo pronto un gran sillón con aspecto de trono, que Zaken ocupó, antes de tomar su pipa y comenzar a hablar:
“Dudo que todos ustedes conozcan la historia de mi infortunado destino. Deben saber solamente que mi tripulación se amotinó en mi contra y me dio muerte en esta misma cueva, tras lo cuál regresé por la gracia y el gran poder de los gigantes. Mejor dicho, de el gigante.
Luego de que me dieran muerte mis propios subordinados, vagué por toda Aden como un espíritu, maldiciéndome a mí mismo por no haber podido prever la traición que había sufrido.
Los años me llevaron al lugar que ustedes conocen como la cueva del gigante. En mi vida, ni como humano ni como espíritu había vislumbrado su esplendor. Los monstruos que en ella habitaban no podían herirme, al estar yo muerto hace tiempo, por lo que me atreví a llegar a la cámara más profunda.
Y en la cámara se encontraba él. El último de todos los gigantes, pero aún conocedor de todos sus secretos, Utemus. Utemus! al principio se mostró hostil, pero al entender que no rerpresentaba daño alguno para él, ni él para mí, comenzamos a hablar. Y muy parecidos éramos, ambos últimos de nuestra gente, ambos traicionados por nuestra gente, ambos sedientos de venganza...
Me ofreció usar su poder para conseguir un nuevo cuerpo, y a cambio yo liberaría el sello mágico que le impedía a Utemus salir de la cueva. Entonces ambos seríamos libres, y desencadenaríamos nuestra venganza.
Pero algo falló en el plan de Utemus. No volví a ser parte de este mundo en un cuerpo inmortal, como el me prometió, sino que volví en un cuerpo de vampiro.
Era una maldición! Había vuelto, pero no podía vengarme de los humanos, ya que ahora los necesitaba para mantenerme vivo! Tal era mi furia que le dije a Utemus “así como tu has incumplido tu promesa, yo incumpliré la mía!” y me fuí de la cueva del gigante sin retirar el sello que lo ataba. Utemus me maldijo e intentó atacarme, pero sin poder liberarse sus poderes eran menores que los míos, por lo que pude escapar ileso. Luego regresé aquí, y nunca supe de Utemus hasta hace unos días, cuando mis espías regresaron.
Según me dijeron, un grupo de exploradores enviados por el señor de Aden irrumpieron en la cámara de Utemus y accidentalmente liberaron el sello. Ahora Utemus está libre, y se dirige – desenrrolló un gran mapa colocado en la pared – hacia aquí. – dijo, y su dedo apuntaba hacia la ciudad Runa.
Todos, incluído Gnash, habían escuchado aterrorizados el relato de Zaken. Todos sabían que el poderío de los gigantes había sido inmenso, y uno de ellos era en verdad una amenaza. Ni siquiera un ataque de Antharas y Valakas juntos habría desatado tanto temor en los guerreros.
Al fin, y por primera vez, el elfo oscuro habló:
- Dos preguntas: ¿Por qué Utemus se dirige hacia Ciudad Runa? Y ¿Por qué nos adviertes de su ataque? Creí que no te agradaban nuestras razas.
- Utemus se dirige hacia ciudad Runa porque allí vivían los magos que destruyeron el imperio de los gigantes...
- Así es, Gilia. – Continuó Zaken – Y estás en lo correcto, Belmoth, elfo oscuro. Aún odio a sus razas. Pero luego de destruírlos, Utemus vendrá por mí, ya que recuerda mi traición. Y la única manera de detenerlo es con el poder de todas las razas de Aden y Elmore. Tanto muertos como vivos deben unirse. Además, ya les dije, soy un vampiro, así que los necesito.
Ahora les doy una elección: pueden volver a sus pueblos y advertirles a cuantos quieran creer su historia, o pueden quedarse aquí y ayudarme a detener a Utemus. ¿Qué eligen?
No era muy difícil elegir. Todos sabían que sus señores no eran crédulos. Volver a sus pueblos representaba el riesgo de que no les creyeran, o como mucho enviaran algún grupo para ver si decían la verdad. Si era verdad que Utemus estaba ya en camino a ciudad Runa, sería sólo una gran pérdida de tiempo, y luego tal vez sería demasiado tarde…
- Nos quedamos aquí. – Dijeron todos.
- No por mucho tiempo. – Contestó Zaken. – Salimos para ciudad Runa en una hora.
Esta historia continuará…