matute_1234
21/07/2008, 11:30
"El amor a la camiseta no existe más, esto es un negocio y es normal que alguien quiera progresar." Cuando Juan Pablo Carrizo dijo lo que dijo, no hizo más que blanquear lo que todo el mundo del fútbol sabe, pero la mayoría de sus protagonistas prefiere callar o, en todo caso, disfrazar con frases hechas. Nunca antes se había dicho así, tan brutalmente, entre el sinceramiento y el "sincericidio". Pero, la verdá que sí , el amor a la camiseta tiene su precio.
Por estas horas, Lionel Messi está tomando -ha tomado ya o tomará, de acuerdo con la diferencia horaria- la decisión más difícil de su carrera.
Cuando tenía 13 años y era un alfeñique (de verdad lo era), fue su familia la que decidió aceptar la tentadora oferta del poderoso Barcelona para hacer con ellos un tratamiento de crecimiento físico (y futbolístico, y económico) que en relativamente escaso tiempo ha tenido un desarrollo y un resultado espectaculares (en los tres aspectos).
Ahora, cuando tiene 21 años, parece que deberá ser él quien tenga que decidir si se queda con Barcelona, para ayudarlo a entrar en la Champions League, o si se va con la selección argentina Sub 23, para ayudarla a defender la medalla dorada en los Juegos Olímpicos de Pekín.
La mochila que carga sobre su ahora fortalecido físico fue aumentando su peso a medida que se tensaba la puja entre la Asociación del Fútbol Argentino y Barcelona Fútbol Club, con la FIFA y el COI entre medio.
Al pedido oficial de la AFA le siguió una esperable negativa del Barca. Enseguida vino la insistencia argentina y, detrás de ella, la respuesta del club, con aroma a presión: un suculento aumento en el salario del jugador.
Pero fue la precisión reglamentaria del fútbol olímpico la que puso a Lio entre la espada y la pared, y cargó aquella mochila más que nunca: si el club no cede al futbolista, éste no puede jugar mientras dure la competencia olímpica , dice la letra fría de ese reglamento, que ninguna referencia hace, por supuesto, a lo que sucedería si el que tomara la decisión fuera... el propio jugador.
Así, parece haberse dado el escenario que todos declaraban no desear: el que obligaría a Messi a inclinar la balanza.
Si así fuera, ¿para dónde se inclinará? ¿Para la camiseta del club que lo rescató y lo lanzó, que lo ha designado su líder para esta temporada y que le paga una cantidad extraordinaria de dinero por eso? ¿O para la camiseta de esa selección con la que puede llegar a ganar más gloria que plata y con la que está llamado a ser el símbolo de la era postmaradoniana ?
El amor a la camiseta tiene su precio: a veces se paga, a veces se cobra.
Fuente: darcucci@lanacion.com.ar
Por estas horas, Lionel Messi está tomando -ha tomado ya o tomará, de acuerdo con la diferencia horaria- la decisión más difícil de su carrera.
Cuando tenía 13 años y era un alfeñique (de verdad lo era), fue su familia la que decidió aceptar la tentadora oferta del poderoso Barcelona para hacer con ellos un tratamiento de crecimiento físico (y futbolístico, y económico) que en relativamente escaso tiempo ha tenido un desarrollo y un resultado espectaculares (en los tres aspectos).
Ahora, cuando tiene 21 años, parece que deberá ser él quien tenga que decidir si se queda con Barcelona, para ayudarlo a entrar en la Champions League, o si se va con la selección argentina Sub 23, para ayudarla a defender la medalla dorada en los Juegos Olímpicos de Pekín.
La mochila que carga sobre su ahora fortalecido físico fue aumentando su peso a medida que se tensaba la puja entre la Asociación del Fútbol Argentino y Barcelona Fútbol Club, con la FIFA y el COI entre medio.
Al pedido oficial de la AFA le siguió una esperable negativa del Barca. Enseguida vino la insistencia argentina y, detrás de ella, la respuesta del club, con aroma a presión: un suculento aumento en el salario del jugador.
Pero fue la precisión reglamentaria del fútbol olímpico la que puso a Lio entre la espada y la pared, y cargó aquella mochila más que nunca: si el club no cede al futbolista, éste no puede jugar mientras dure la competencia olímpica , dice la letra fría de ese reglamento, que ninguna referencia hace, por supuesto, a lo que sucedería si el que tomara la decisión fuera... el propio jugador.
Así, parece haberse dado el escenario que todos declaraban no desear: el que obligaría a Messi a inclinar la balanza.
Si así fuera, ¿para dónde se inclinará? ¿Para la camiseta del club que lo rescató y lo lanzó, que lo ha designado su líder para esta temporada y que le paga una cantidad extraordinaria de dinero por eso? ¿O para la camiseta de esa selección con la que puede llegar a ganar más gloria que plata y con la que está llamado a ser el símbolo de la era postmaradoniana ?
El amor a la camiseta tiene su precio: a veces se paga, a veces se cobra.
Fuente: darcucci@lanacion.com.ar