Capítulo 2

Los guerreros salieron esa mañana como todas las mañanas, pero esta vez no celebré su partida. Todos mis amigos tomaron sus improvisadas armas pero yo no participé en el juego esta vez. Mi cuerpo se encontraba en la ciudad, pero mi mente se había alejado de mí hasta alcanzar distancias inimaginables, buscando respuestas a las preguntas que se me habían presentado esa mañana. El anciano diciéndome que ya era tiempo de que lo notara... ¿qué notara que?, éramos muchos niños reunidos en esa plaza, pero el anciano se sentó a mi lado y solo a mi se dirigió. ¿Por qué no noté antes como el fuego envolvía a ancianos y guerreros cuando se lanzaban los conjuros y ahora era para mi tan claro? Muchas preguntas daban vueltas en mi cabeza, pero no podía encontrar ninguna respuesta.
Tan ensimismada me encontraba en mis pensamientos que ni siquiera me di cuenta de que mi madre se acercaba.
“Hush, – me dijo – ya es hora de que vuelvas a la casa. El sol está cayendo y pronto regresará tu padre. Por favor ayúdame a preparar la cena”
“Si madre, no había notado que empezaba a anochecer” – contesté.
Caminamos de la mano hasta nuestra casa y juntas preparamos la cena. Mi padre llegó pocos minutos después, como siempre de excelente humor. Besó a mi madre y alzándome en sus brazos como cada noche me preguntó:
“¿Que ha hecho mi pequeña durante todo el día?, ¿Venciste nuevamente a feroces enemigos?
Cuando estaba en sus brazos me sentía única e inmortal, y disfrutaba cada segundo de su compañía. El que me alzara en sus brazos ya se había vuelto un ritual diario y no imaginaba un día sin eso. Entre juegos y caricias le dije:
“¿Notaste esta mañana que el mayor de los ancianos se acercó a mi? Me dijo que mañana por la mañana quiere que esté a su lado al momento de lanzar los conjuros. Me dijo también que al igual que ellos, mientras repetía sus conjuros una llama aparecía a mi alrededor y rodeándolos a todos. ¿Lo has notado padre?”
“Hija mía, he visto al anciano a tu lado. He sentido el fuego rodeándome tras sus conjuros, pero jamás lo he visto. Solo aquellos que nacen para ser shamanes pueden conjurar y ver los efectos de cada aura. Nosotros, aquellos que nacimos para el enfrentamiento cuerpo a cuerpo necesitamos de los místicos para que nos protejan y nos ayuden, como los místicos necesitan de nosotros para no tener que llegar a la lucha cuerpo a cuerpo, pero nunca veremos ni podremos conjurar”
Mientras me decía todo esto, mi madre, alejada de nosotros lo miraba con aprobación.
“Hush – dijo ella – a partir de este día todo cambiará para ti. El anciano te eligió entre todos los niños para comenzar con tu entrenamiento. Sabíamos desde que naciste que este día llegaría, pero no imaginamos jamás que sería tan pronto. Desde que naciste notamos que no eras tan fuerte como los otros niños, pero vimos en tus ojos un brillo que solo proviene de aquellos que fueron elegidos para la magia. El anciano te ha elegido como su discípula, así que mañana tendrás un día muy agotador. Cenemos ahora y vayamos a dormir”
La cena fue poco común. Si bien es cierto que todos estábamos alegres porque había sido un buen día de caza para mi padre, algo extraño flotaba en el ambiente. Ocasionalmente veía que mi madre me miraba con cariño, pero era una mirada diferente, una mirada de despedida. Mi padre, por su parte nos relataba con todos los detalles todo lo que había sucedido en los bosques, pero su voz tampoco era la misma de siempre.
Una vez acostada mi madre se acercó a mí y, como todas las noches, me contó historias de cómo era todo antes de que comenzara la ira de los dioses. Me contaba que se podía caminar por los bosques e ir a los lagos, que no había peligros y que todos vivian en perfecta armonía.
Y así, imaginandome corriendo por los bosques me fui quedando dormida.